lunes, 19 de noviembre de 2012

Jorge Luis Borges en una Biblioteca de Kentucky



En mi camino hacia la puerta de salida de la Biblioteca, lo encuentro casi de frente, saludándome desde el anaquel superior de uno de los estantes: Jorge Luis Borges. Poesía Completa.

Alguien lo ha colocado ahí, exhibido como una novedad. Es la primera edición, publicada apenas en septiembre 2012, por VINTAGE ESPAÑOL; tiene ya los derechos de autor (1995) por María Kodama.


La portada puede ser un laberinto, o un Golem borgiano. Es, en realidad, una fotografía de Erick y Martin Demaine: “Escultura de una curvatura creciente —Nado”. *(Figura 1).


Fig. 1



Mis encuentros con Borges han sido casi siempre así, fortuitos y sorpresivos, pero siempre fructíferos; recuerdo el primer libro que leí de él, amarillo y negro, de pasta gruesa. Una antología de su Poesía, reunida y publicada por la desaparecida editorial Bruguera. De alguna forma llegó a nuestra casa en la Ciudad de México, tal vez traído por mi hermano Alberto, o Rebeca. Ese libro también pudo haber sido mío. No importa, lo fue de cualquier manera. Lo relevante es que se convirtió en uno de mis libros favoritos y me hizo querer más la poesía. Ahí descubrí por primera vez el poema de Ajedrez, el de Spinoza, el de Fundación Mítica de Buenos Aires, su poema a México. Los leí con más pasión que entendimiento, pero a los 17 o 18 años, nos está permitido ese pecado.


Lo que me sorprende es todo lo que desconozco aún de la obra de Jorge Luis Borges. No he leído ni toda su poesía ni todos sus cuentos ni todos sus ensayos. Creo, vagamente, conocer la obra de un escritor argentino que se quedó ciego a los cincuenta años.


Lo que no me sorprende es que no dejo de admirarlo cada vez más, de manera distinta y con el mismo fervor. No debemos de pasar de largo que este enorme autor dijo alguna vez que sin la obra de un escritor mexicano, Alfonso Reyes, su obra no hubiera sido la misma; pienso que es una bella mentira pero expresa mucho, lo suficiente como para no olvidarlo. Y no debemos olvidarlo tampoco porque creo, quizá exageradamente, aunque no lejos de la verdad, que sin la obra de Borges no existiría la obra literaria de tantos otros. Cuando menos, le debemos su fervor por el lenguaje y una que otra hermosa tarde, o noche de soledad, llena de buena literatura.



fig. 2



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