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En el portón principal del capitolio de Austin, la capital texana en Estados Unidos, hay seis escudos.
Uno de ellos es nada más y nada menos que el escudo de la bandera mexicana: un águila decimonónica (de frente, no de perfil) devorando a una serpiente, posada sobre un nopal.
A quienes llegamos, primero como turistas y luego a vivir aquí, nos agrada caminar alrededor del capitolio por la noche, poblado de airosos y mágicos árboles; es costumbre de los recién casados tomarse una foto en sus jardínes; no hay soldados que lo vigilen ni policias metiches e inoportunos que se metan con la gente que por ahí pasea a medianoche.
Una tarde observé a un hombre americano parado a las afueras del capitolio con una gran pancarta, era tan gigante que podía leerse desde la cima del monte Everest. La pancarta decía: Bush, hijo de puta, vete al infierno. Nadie lo molestaba; muchos autos tocaban el claxon y vitoreaban. Incluso la policia pasaba de largo, indiferente.
Un hombre negro, vagabundo, sentado en una banca, miraba una maleta abierta...quizás contemplaba su futuro, porque la maleta estaba vacía.
El escudo mexicano permanece ahí como un testigo y testimonio de que Texas no olvida a la nación que le dio origen. Es un símbolo que representa al pueblo mexicano y principalmente al imperio Azteca. Aún puede verse en muchos lugares flotar el lábaro patrio mexicano también, junto a la bandera texana y a la estadounidense.
A quienes llegamos, primero como turistas y luego a vivir aquí, nos agrada caminar alrededor del capitolio por la noche, poblado de airosos y mágicos árboles; es costumbre de los recién casados tomarse una foto en sus jardínes; no hay soldados que lo vigilen ni policias metiches e inoportunos que se metan con la gente que por ahí pasea a medianoche.
Una tarde observé a un hombre americano parado a las afueras del capitolio con una gran pancarta, era tan gigante que podía leerse desde la cima del monte Everest. La pancarta decía: Bush, hijo de puta, vete al infierno. Nadie lo molestaba; muchos autos tocaban el claxon y vitoreaban. Incluso la policia pasaba de largo, indiferente.
Un hombre negro, vagabundo, sentado en una banca, miraba una maleta abierta...quizás contemplaba su futuro, porque la maleta estaba vacía.
El escudo mexicano permanece ahí como un testigo y testimonio de que Texas no olvida a la nación que le dio origen. Es un símbolo que representa al pueblo mexicano y principalmente al imperio Azteca. Aún puede verse en muchos lugares flotar el lábaro patrio mexicano también, junto a la bandera texana y a la estadounidense.
Las mujeres y los hombres nacidos en Texas de padres mexicanos, hablan perfectamente el inglés y un poco menos el español, pero se sienten mexicanos más que norteamericanos; ante los gringos se declaran mexicanos, no obstante, ante un mexicano de nacimiento presentan una curiosa actitud, mezcla de admiración e intimidación. Es una pena que muchos de ellos, sintiéndose orgullosamente mexicanos como lo noté, jamás hayan puesto un pie en México.
La foto que aparece arriba fue tomada desde mi celular en una fantástica noche de luna llena.
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