
“Raramente concedía una entrevista. Me parece
que en su juventud Elena Poniatowska le
hizo una, pero de ahí en fuera nosotros sólo lo conocimos a través de sus
novelas, sus cuentos, sus ensayos literarios y sus poemas. También, alguna vez escribió un hermoso y sabio poema
explicando el por qué no daba entrevistas.
Fue allá por 1988 —si equivoco la fecha por favor acháquenselo
a mi despistada manera de memorizar datos y concordias—, el año en que se organizó un
festival de poesía en el Teatro de la Ciudad. Me parece que cuando Octavio Paz
invitó a José Emilio Pacheco a participar, éste se negó al principio. Pero entonces
Octavio sacó el colmillo y le reclamó a José Emilio que cómo sí se presentaba a
dar conferencias cada vez que lo invitaban en el extranjero, las que le pagaban
muy bien, y, en cambio, se negaba presentarse a leer sus poemas en su propio
país. Ante esa "insistencia", José Emilio Pacheco accedió.
La noche del recital, cuando correspondió A Pacheco
el turno de leer, salió de entre bambalinas, leyó y —ante el asombro del público y los
otros poetas presentes, incluyendo el propio Paz — después de terminar de leer, desapareció
tan raudo como veloz, detrás de las
mismas bambalinas por donde salió. Yo, sentado entre los agraciados asistentes
aquella noche, noté que un poeta en el asiento contiguo a Paz murmuraba algo a éste al oído. "¿Por qué
se fue?", quizás le preguntó. A lo que Paz tal vez respondió, excusándolo:
"No lo sé, tal vez le anda de la pi pí".
Pues al día siguiente me enteré, por un amigo
cercano a él, que la noche del encuentro José Emilio Pacheco, tan despistado
como siempre, por las prisas de no llegar tarde al Teatro se puso, sin darse
cuenta al principio, dos zapatos diferentes, razón por la cual, para que el
público no lo notara, evitó sentarse frente a la audiencia durante el evento,
como sí hicieron en unas sillas los demás poetas que asistieron. "Siempre
anda con grandes prisas", me confesó mi amigo, quien asistía conmigo a la
Facultad de Filosofía y conocía también personalmente a Laura Pacheco, hija de
José Emilio, y quien le había contado el incidente de los zapatos.
Yo lo conocí aquella noche de ese inolvidable
evento agazapado en uno de los pasillos del Teatro de la Ciudad, mientras
hablaba con alguien. Me miró con sus ojos inquietos mirando mis ojos detrás de
sus gruesos anteojos, como para notar cualquier desliz de mi mirada hacia sus
zapatos, y puedo decir que hasta lo hizo con cierta timidez.”
Con esta anécdota he querido festejar la
otorgación este año del Premio Cervantes a nuestro querido poeta mexicano, José
Emilio Pacheco. Yo sé que Octavio Paz, su maestro y amigo, le hubiera dicho:
"No se me achicopale José, hay que recibir los premios nomás para
quitarles toda su importancia."
2 comentarios:
Pues bonita anécdota. Un gran señor, don José Emilio.
Saludos
Leonardo, así es.
Abrazo decembrino donde estés.
Publicar un comentario