
Hace casi 200 años fueron colgadas en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, México, las cabezas de los insurgentes que tuvieron las agallas de comenzar la lucha de independencia de mi país.
El gobierno español de ese entonces las expuso ahí como un escarmiento para los insurrectos y una alerta para quienes quisieran atreverse a seguir su ejemplo.
Imagino el espanto de las mujeres enrebozadas caminando por debajo de esas cabezas. Debió de ser un espectáculo cruel y nada alentador para irse a desayunar un pan con leche después de ver las cabezas de cuatro seres humanos pendiendo de una horquilla de hierro, colgadas ahí como cerdos en una carnicería de plaza.
Trescientos años atrás los aztecas hicieron lo mismo con las testas de los invasores españoles, a las que colgaban en la punta de sus lanzas; lo que hace pensar que esto de cortar la cabeza al enemigo como una señal de victoria no es nada nuevo; parece ser una costumbre de todas las razas humanas, además. Los japoneses también, voluntaria o involuntariamente, se han hecho cortar la cabeza como quien va al peluquero y dice "casquete corto, señor".
Entro a las casas de algunos de mis amigos aquí en Estados Unidos y descubro que en sus salas cuelgan orgullosos las cabezas de los impávidos venados que han matado. El espectáculo es aterrador y triste porque no creo que el mísero papá de Bambi se haya visto tan airoso, tal como el disecador lo presenta, al verse cruzado de repente por una bala de rifle; pero sus cabezas están ahí, en la sala del cazador, y, me pregunto, ¿expuestas como símbolo de qué?
Cuando leo que aquí y allá aparecen en la escena geográfica mexicana la (s) cabeza de Zutano y Mengano pienso en aquel viejo cuento de principios del siglo diescinueve --precisamente por el tiempo en que los pañales de la independencia mexicana colgaban en la Alhóndiga que ya mencioné-- escrito por el norteaméricano Washington Irving, Sleeppy Hollow. Se los contaré brevemente.
El cuento narra la historia de una pequeña ciudad de pioneros alemanes cercana a Nueva York, Sleepy Hollow, donde, según el decir de sus tiernos habitantes, corre la leyenda de un bravo alemán que luchó por la independencia de los Estados Unidos contra Inglaterra; éste fiero soldado cae un día preso y el ejército inglés le corta la cabeza. Con ánimo de perturbar la paz de los cálidos y pacíficos habitantes de esas tierras, aparecía sin cabeza por las noches, montado en un brioso caballo. Un día llega a ese pueblo un alto y flaco director de escuela, Ichabod Crane, quien parece más bien un espantapájaros, y se enamora de una adorable y rica muchacha, Katrina Van Tassel. Aquí surge, no podía faltar en una historia tan romántica, la envidia en uno de los personajes y gángsters de ese pueblo, apodado Brom Bones, quien --no faltaba más-- también está enamorado de la bella Katrina. El humor negro de Brom Bones y sus compinches les hace salir por las noches a espantar a los pobladores disfrazado de jinete sin cabeza. Todo pasa y un buen día el narizón de Ichabod Crane desaparece y nadie jamás vuelve a verlo.
Analizando un poquito este cuento se encuentra que nadie echa la culpa a Brom Bones de la desaparición del profesor, pero yo sí lo encuentro culpable, y que Irving me perdone. El controvertido cineasta Tim Burton, en una no muy mala adaptación de esa historia, reinvindica al tímido Ichabod, destruye al diabólico Brom Bones y casa al tímido profesor (interpretado por John Depp) con la codiciada Katrina Van Tessel. Colorín Colorado.
Todo parecería un cuento de ficción pero no lo es, y esta historia me sirve para explicar que quien corta la cabeza de otro ser humano es un jinete sin cabeza él mismo. Es un siniestro Brom Bones, un Don Nadie amparado en la noche y escondido en las faldas de sus compinches. Y hay otra cosa que es más verdadera y que ya todos sabemos: el que a hierro mata...
TONATIUH CATALÁ
2010
(En la foto de arriba, Washington Irving, 1783-1859)
1 comentario:
¿Sabes? tienes razón. Me remitió a algo. Algo que no sé que fue, tal vez nunca lo sepa. A como soy dejaré la duda flotando, ya que no tengo la visión global del escritor o del cineasta. Ese es el problema, no? A menos que por x o por y las piezas vayan cayendo. Eso también me ha pasado... por eso no soy tan crédula. ¿Es de las cosas que debo agradecer? ¿El siempre tener la duda? ¿El siempre desconfiar? Desgraciadamente vendría a ser como en Dogville. En fin, un abrazo
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