
Tuve que abandonar el salón a mitad de la clase, cosa que hice muy raras veces y el hecho de salirme a medias y no desde un principio ya les podrá dar una idea qué tan difícil fue para mí dejar de asistir a una de mis clases de filosofía.
Aquella tarde Mario Vargas Llosa presentaba su nuevo libro que acababa de ser editado en México y quise conocerlo en persona. Por cuestiones de tráfico llegué un poco tarde a una de las salas del Centro Universitario, me perdí también casi la mitad de la presentación. No recuerdo quién estaba sentado junto a él en aquella larga mesa del anfiteatro. Me acuerdo que alguien al final le preguntó si alguna vez había considerado ser actor, "Por lo bien parecido que es usted", dijo la preguntadora. Mario contestó sonriéndo complacido que de hecho había participado como extra en un film francés, pero su carrera de actor terminó también ahí.
Hubo una hermosa muchacha entre los espectadores que no me quitaba los ojos de encima. Ni yo a ella. Nos separaban tan sólo unas cuantas personas y dos hileras de sillas; me propuse que me acercaría para hablarle al final. Cuando terminó la presentación creí que Vargas Llosa se quedaría a firmar algunos libros, pero tan pronto como se despidió desapareció detrás de las cortinas seguido por un pequeño grupo de amigos.
No podía perderme aquella oportunidad y casi corriendo me subí al estrado, olvidando a la bella chica, y también desaparecí detrás de las cortinas. Lo encontré ya junto al auto que lo esperaba (¿un Crown Victoria?), hablaba con unas personas, despidiéndose. Yo me acerqué de inmediato y le alargué su libro para que me lo autografiara. No intercambiamos otras palabras más que "Gracias", "Gracias"; pero no puedo olvidar la forma en que me miró, esa mirada, la mirada de escribidor.
Después volvió a desaparecer dentro del auto y la noche azteca se lo tragó.
Lo recuerdo alto, bien trajeado, con su olor a Vetiver de Guerlain; pero lo que más me viene a la memoria ahora son sus libros en el cuarto de mi hermana Rebeca: La Casa Verde, La tía Julia y el escribidor (cómo me encanta que haya utilizado el adjetivo poco común --casi lingüísticamente cómico y sarcástico-- de "escribidor", y no el de "escritor", en ese título).
Aquí confieso que uno de mis libros preferidos de este enorme escritor peruano es El Elogio de la Madrastra, donde alcanza una maestría narrativa que pocas veces le noté en libros anteriores, sobretodo en las descripciones que hace en los capítulos de las pinturas, que me parecen geniales; chingonas, diríamos en México.
Pero lo que más quiero agradecerle hoy "públicamente" al Premio Nobel de Literatura 2010, es que varias veces me ha salvado como escribidor también. Sus elogios del acto de escribir y la defensa de la libertad del escritor y la literatura me han servido como un gran baño de agua fresca en momentos de desasosiego y penuria de escribidor.
Me resulta paradógico que la noticia del Premio sueco le haya llegado mientras se encuentra en Nueva York dando un curso sobre Jorge Luis Borges en la Universidad de Princeton. En los años setentas, cuando le preguntaron a éste escribidor argentino si había leído a Julio Cortázar, a Juan Rulfo y a Gabriel García Márquez contesta que sí, mientras que cuando preguntan si ha leído a Mario Vargas Llosa su respuesta es escueta, lacónica, casi desesperanzadora y patética: "No, no".
Tonatiuh Catalá
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