31 de diciembre, 1998. Germantown, Memphis. Es cerca
de la media noche. Entro a un restaurante italiano; curiosamente, lo pienso
ahora, el mismo restaurante donde años más tarde conoceré a Kristina, quien se
convertirá en mi esposa. Pero en ese momento todavía no lo sé.
El lugar está repleto, a reventar. Me cuelo hasta la barra y pido un Jack & Coke.
Noto que quiero estar en medio de todo ese bullicio y esa gente, me recuerdo a El hombre de la multitud, de Poe; aunque no
quiero encontrarme con nadie que conozca; no busco, y trato simplemente de
fundirme entre las voces y cuerpos que se mueven, gritan y esperan la llegada
del último año del siglo, 1999, nada mas. No deseo a esa multitud en
este momento; para mí, los otros sólo están ahí accidentalmente; reconozco su esencia, pero ignoro su presencia y no pienso quedarme en ese sitio por mucho tiempo
tampoco. Si alguien se me acerca e intenta entablar conversación conmigo soy
cortés, pero cortante. Dos wiskis mas tarde, tan sólo unos minutos antes de la media noche, decido
abandonar el restaurante y volver a mi departamento, a sólo
tres calles del restaurante italiano. No llueve ni neva; hace frío pero mi
gabardina inglesa y el Jack Daniel's me hacen disfrutar el clima;
escucho cohetes y cuetes en la distancia; las calles a mi alrededor son
tan silenciosas que puedo escuchar mis propios pasos en la noche. No encuentro
a una sola persona en las aceras, las calles están desiertas aquí en
Germantown; si esta ciudad festeja, parece hacerlo a puerta cerrada. De pronto
me percato de algo, soy consciente de algo: es la primera vez que hago esto en
mi vida: festejar la llegada de un nuevo año caminando solo por la calle. Pero no
me siento solo en absoluto; no me asalta tampoco el menor sentimiento de
soledad ni nostalgia ni tristeza, todo lo contrario; esa algarabía lejana es la mía, la fiesta en el
restaurante es la mía; el tronido de los cohetes me llena de alegría. Estoy
despierto, estoy vivo, celebro; voy de traje y corbata de regreso a mi
apartamento y una inmensa dicha me abraza porque he podido estar en cualquier
parte, con amigos o con una amante, o simplemente quedarme en el restaurante
y…celebrar; pero esta es pirotecnia pura del alma y el espíritu. Ha comenzado
el nuevo año, 1999. Pienso en mi familia, en México, en todos los que están y
los que no están; imagino sus caras de celebración en esos momentos; no estoy
solo. Aquella noche se convirtió en un poema que después titulé Primero de
Enero.
Nunca he vuelto a festejar de esa manera la llegada de
un nuevo año. Todo lo opuesto a mi celebración de la llegada del 2012:
bailando. Pero aquella noche de 1998-99 me pertenece, es parte de mi historia y
mi orgullo.
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