martes, 25 de octubre de 2011

Los antojos de un moderno Moisés

El sábado tuve antojo de nueces. Así que fui a un supermercado y pregunté por ellas a un empleado que se distraía acomodando fruta. Me miró sin mirarme. Sin dejar de hacer lo que estaba haciendo, respondió que no sabía si tenían.

―Ok. ¿Y bien?―, dije.

¿No era acaso el momento para que aquel empleado se enterara con certeza si había nueces o no en la tienda, de modo que la próxima vez que algún cliente estorboso y antojadizo como yo le preguntara, sabría qué contestar y él podría volver a sus sueños despierto? No, ni siquiera dio un paso de donde estaba.

Supongo que como empleado de una tienda no existe la obligación de saberlo todo, pero al menos se puede tener la curiosidad de saber si hay o no lo que le preguntan, ¿no es cierto?

Pese a esa tonta experiencia que me hace escribir esto de forma casi neurótica, al salir de la tienda tuve una experiencia más agradable. Como el supermercado queda a sólo tres cuadras de donde vivo, acostumbro algunas veces caminar hasta ahí; para ello tengo que cruzar una avenida que en horas pico sabatinas es un poco transitada. Pues cual no sería mi sorpresa que de regreso a casa, al notar mi intención de cruzar, los coches se detuvieron e hicieron en ambos lados de la avenida una especie de pasaje para que yo pasara. Me sentí una especie de Moisés cruzando el Mar Rojo, aunque en lugar de un bastón mágico sólo llevara un par de bolsas de plástico en las manos, sin nueces. Oh América, ¡te amo!

No hay comentarios.: