jueves, 6 de octubre de 2011

P


odemos imaginar, por ejemplo, al primer ser humano que se miró en el espejo de un lago, o de un río. Podemos imaginar tantos primeros seres como el primero. No hablo de Narciso, esto de lo que hablo ocurrió incluso mucho, mucho antes de aquella idea del absurdo enamoramiento, que es una triste historia, el enamorarse de uno mismo; de lo que hablo es de aquellos ojos que se miraron por vez primera en la cristalina u opaca pureza del agua, y se sorprendieron de lo que ahí miraron. Quizás corrieron despavoridos, creyendo que la imagen en el agua no era un reflejo, sino que alguien por debajo los miraba. ¿Qué extrañeza despertarían en esa, todavía frágil de noticas, mente humana? ¿Qué sensaciones? ¿Qué palabras? Es también probable que aquellos primeros hombres pensaran que alguna rara y monstruosa criatura vivía bajo el agua. Y, bueno, tuvo que suceder, que esa niñez de la conciencia humana terminara y que la dimensión misteriosa de la superficie se transformara en espejo.

No hay comentarios.: