martes, 27 de diciembre de 2011

Los premios, la gurú y las naranjas...

LOS PREMIOS, LA GURÚ Y LAS NARANJAS

BY TONATIUH CATALÁ

Para Adán Echeverría y Rocío Cerón



Soy jurado. Entra al concurso y yo te ayudo.

Se trataba de un concurso de poesía a nivel nacional en México. El premio de hecho me parece que consistía en una especie de beca anual, dividida en doce cheques, uno cada mes, durante un año.

Pensé que el dinero no me caería nada mal. Además, la intensión de esa poeta mexicana, una de las más grandes que ha dado nuestro país, después de Sor Juana y Rosario Castellanos, era la de ayudar a un joven desconocido poeta a conseguir un premio.

Creo que no le contesté nada, en mi rostro se habrá esbozado una sonrisa de agradecimiento, nada más.

Como resultado, me abstuve de participar en aquel concurso, beca, premio o lo que haya sido. Mi maestra conocía tan bien mis poemas que incluso utilizando un pseudónimo los hubiera reconocido. Si me hubiese invitado a participar en ese premio de poesía sin decirme que formaba parte del jurado, lo habría hecho; pero ese “yo te ayudo” lo cambió todo.

Me recordó una situación años atrás, en un concurso de poesía en la Prepa. Fue un concurso a nivel escolar y pedí a uno de mis compañeros que entrara en él con mis poemas, a los cuales les puse su nombre. Por decisión unánime del jurado, mis poemas ganaron el primer lugar. Mi amigo Alejandro Engel, quien nunca entraba a la clase de literatura y quien algún día, al ver un retrato de Kafka en mi casa me preguntó si éste había sido un famoso gánster, recibió un premio adicional de ser exentado de dicha materia aquel año escolar. Fue un gran deleite para mí verlo recibir el diploma sentado desde mi butaca entre el público. Curiosamente, no sentí que al aplaudirle me aplaudía a mí mismo.

A la salida de la escuela nos dividimos los libros que dieron como parte del premio y le dije que se podía quedar con el resto y la fama. Algunos de aquellos poemas, dos, para ser precisos, fueron incluidos en material de lectura que se utilizaba oficialmente en la clase de Literatura I y II de bachillerato.

Esto de los premios es algo controvertido, pero la interpretación que más me gusta, es una que narra Octavio Paz en su libro Vislumbres de la India (“In light of India”), su versión en inglés, que es la que tengo a la mano.

En la página 24 de la edición de Harcourt Brace, traducida por Eliot Weinberger al anglosajón, el poeta mexicano cuenta como en 1963, mientras vivía en la India, recibió un telegrama desde Bruselas anunciándole que le habían otorgado el Premio Internacional de Poesía aquel año. Él jamás había ganado antes ningún premio literario, ni tampoco lo había buscado. La poesía para él representaba algo sagrado y privado; y, por el contrario, los premios eran algo público y formaban parte de esa visión social para la que él no estaba acostumbrado.

Paz andaba metido en esas cavilaciones de aceptar o no el premio de Bruselas, cuando un amigo suyo le sugirió ir a consultar a un gurú hindú. Al que años más tarde sería el primer mexicano condecorado con el Premio de Nobel de Literatura, no le pareció mala idea y decidió visitar a la Madre Ananda Mai (o Anandamayi), quien “…Tendría alrededor de cincuenta años y era de piel morena obscura, de cabello negro suelto, ojos negros profundos y líquidos; de labios abultados y bien definidos, con fosas nasales que parecían especialmente diseñadas para respirar profundamente; de cuerpo entero y fuerte. Mientras hablaba jugaba con una canasta de naranjas cercana a donde ella estaba.” Cuando consideraba que era el turno de preguntar de alguien, le lanzaba una naranja. Recibirla era una invitación a preguntar cualquier cosa. Cuando le tocó el turno a Octavio Paz ella le dijo que a través de su amigo ya estaba enterada de su dilema.

“Que vanidad, dijo ella. Sé humilde y acepta el premio. Pero acéptalo con el conocimiento de que, como todos los premios, sirven de poco o nada. Rechazarlo es sobrevalorarlo, darle una importancia que no tiene. Rechazarlo sería un gesto presuntuoso. Algo así como una máscara de orgullo, o una falsa pureza. El verdadero desinterés es aceptar el premio con una sonrisa, como la naranja que has recibido. El premio ni te hará mejor ni mejorará lo que has escrito. Y no ofendas tampoco a aquellos que te lo han confiado. Escribiste esos poemas sin el interés de ganar algo. Has lo mismo ahora. Lo que importa no son los premios sino la forma en que los recibes. El desinterés es la única cosa que cuenta…”

Por un lado, me importa un bledo quien gane un premio y quien no, pero si se otorgan, lo mejor es concederlos de la forma más justa posible y a quien los merezca. Los premios, como se lo dijo la mujer hindú, no le dan mayor cualidad a lo que uno escribe. Por eso, no hay que rechazarlos si son otorgados con justicia y de acuerdo a las reglas y condiciones con las que se establecen. Hay que utilizar esas reglas en nuestro provecho y no al contrario.

Los premios otorgados ilícitamente, deberían de ser rechazados con decencia y honor por aquellos que los han recibido por medio de un favoritismo o transgrediendo las reglas y estatutos del certamen. Ese simple acto los salvaría de colgarse la máscara del orgullo, porque si se aceptan a sabiendas, lo único que hacen es condenar la  esencia misma de la literatura.

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